Que decir de una de las figuras de nuestro cine más importantes que han existido, uno de los renovadores del cine de posguerra, autor de un cine personal cuya principal característica siempre fue la de reflejar una visión crítica y esperpéntica de la realidad sociocultural y política española en el periodo más exigente de la censura, a la cual siempre inteligentemente esquivó.
Berlanga nos ha dejado esta pasada madrugada mientras dormía en su casa de Madrid a la edad de 89 años , llevaba bastante años ya retirado acuciado por su alzhéimer, “El dolor me jode, pero morirme me jode más”, confesó el cineasta en una de sus últimas entrevistas.
Las que no morirán nunca serán sus grandes películas, donde se dan cita, la amargura, la tristeza, ese humor punzante de aquella España seca y ruda, de gente sencilla, documentos de una época que supo retratar como nadie, a través de entrañables personajes, la religión, el dinero y la falta de éste, los reparos morales, el mundo de las clases altas, el de las clases bajas, el erotismo, la muerte. Extremadamente sutil, ácido,coral, de una extraña melancolía, su cine constituye una compacta obra comparable a la de los grandes literatos o los directores del cine clásico. Ningún director español ha logrado crear una filmografía tan memorable.
Las que no morirán nunca serán sus grandes películas, donde se dan cita, la amargura, la tristeza, ese humor punzante de aquella España seca y ruda, de gente sencilla, documentos de una época que supo retratar como nadie, a través de entrañables personajes, la religión, el dinero y la falta de éste, los reparos morales, el mundo de las clases altas, el de las clases bajas, el erotismo, la muerte. Extremadamente sutil, ácido,coral, de una extraña melancolía, su cine constituye una compacta obra comparable a la de los grandes literatos o los directores del cine clásico. Ningún director español ha logrado crear una filmografía tan memorable.
La última vez que apareció en público fue en julio de este año. Acudió en silla de ruedas a la inauguración de la Sala Berlanga, en Madrid. A los presentes se les quedó grabado un gesto. Ya no conocia a nadie de los congregados allí. Pero aun estaba vivo y sentía. Con la mano se dibujó unas lágrimas en la cara.
Hasta siempre, genio.
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